domingo, 21 de noviembre de 2010

A partir de un comentario bastante inocente de feliz cumpleaños en el todopoderoso Facebook, surgió la posibilidad de retomar el contacto con una compañera del colegio. Compañera de esas amigas, de esas amiguísimas, que después vuelven a ser amigas, a conocidas, a se cambió de colegio y no la vi ni hablé nunca más, hace 10 años.
Y si bien seguramente hace 9 yo hubiera podido dar una lista de 100 razones por las cuales no quiero/no me interesa volver a verla, hoy resulta que todas esas razones ya no deben ser tan importantes, porque no me acuerdo de ninguna.
Entonces, la posibilidad hipotética y lejana se convirtió en real e inmediata, y con sólo un día de preparación, concretamos el encuentro. Claro que hoy por hoy, casi todo encuentro conmigo significa encuentro con G, así que allá fuimos los dos.

Es raro encontrarse con alguien que significó mucho y ahora no significa nada. Es empezar de cero por un lado, pero con una historia antigua que no cuenta para casi nada, salvo que es lo que tenemos en común. Pregunto entonces por lo que recuerdo: la familia, la casa de esa época, algún amigo. Y respondo sobre casi los mismos temas. Y es raro. Porque tampoco da para ponerse demasiado puntilloso sobre las razones del contacto perdido, pero a la vez es evidente, subterráneamente evidente, que por algo pasó.

Así que pasamos el mediodía, el almuerzo, 2 mamaderas, 2 cambios de pañales, horas y horas de charla, un conflicto familiar in situ del que fui testigo de casualidad, todo bastante bien, y la promesa de, quizás, reincidir en el reencuentro.

Veremos. No es exactamente lo que creo estar buscando en materia amiguística, ya que vive lejos y está cero interesada en niños y demases (ni siquiera atinó a querer sostener a G), pero qué sé yo. Es parte de mi adolescencia, esa que quiero olvidar, es verdad, pero es la parte más inofensiva y menos olvidable, eso for sure.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.