jueves, 18 de noviembre de 2010

La verdad, que la parte más difícil de esta nueva etapa de mi vida ha sido lidiar con la cantidad de horas a solas con G. Porque claro, los momentos en que me sonríe o me "habla" me matan, pero
a) No se dan todo el tiempo.
b) Tampoco puedo sostenerlos por demasiado tiempo.

Hay momentos, la mayoría, en que quiero, o necesito, hacer cosas. Tan estrafalarias como lavar o colgar la ropa (misión imposible), o incluso más modestas, como, no sé, ponerme un par de zapatillas. Y si bien he llegado a estar bien con la idea de dejar a G llorando el tiempo que me lleve hacerlo (no más de 5 minutos), la verdad es que es agotadora, esclavizante, asfixiante la noción de tener un bebé tan completamente dependiente todo el tiempo conmigo.

Entonces, suelo preferir estar con alguien más. Muchas veces llamo a mi mamá, o voy a su casa, y ahí puedo contar con seguridad con alguien que lo quiera tener un rato. Otras veces llamo a amigas (no tanto las visito), y acá puede darse que lo quieran alzar o no, pero incluso cuando hago lo mismo que haría estando sola (aka, lo tengo a upa todo el tiempo), el sólo hecho de tener una conversación con otro ser humano adulto ya me deja más tranquila. Es decir, aunque haya estado 6 horas ininterrumpidas haciéndome cargo del bebé, si pude charlar con alguien, compartir, hablar de cosas que no sean exclusivamente G-related, llegada la noche me siento mejor.

No puedo negar que G es todo lo que prometieron que iba a ser: lo amo con el alma y siento por él cosas que no había sentido jamás, un amor tan grande e imperioso que ni sabía que podía existir, pero tampoco puedo negar que cuando pienso en los últimos días de embarazo, que pasé en casa sola, reconozco que fueron geniales. Era como jugar a la mamá, ordenando ropita y juguetes de un bebé perfecto, que se movía y jugaba pero no lloraba ni necesitaba nada de mí, más que muchas siestas y todo el chocolate que pudiera comer (al menos, así lo veía yo). Y si bien ahí sí que lo tenía encima todo el tiempo, el método de transporte era ideal, porque los dos estábamos cómodos y yo podía usar mis dos manos! (Quién pudiera...)


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